Según el psicólogo Herbert Freudenberger, el Burnout puede definirse como un estado de fatiga y frustración que se produce por la dedicación a una forma de vida o de relación que no produce el resultado esperado. Este efecto del estrés sostenido en el tiempo se ha vuelto cada vez más recurrente, luego de los duros e inciertos años de la pandemia de Covid-19.
Tras haber vivido situaciones tan atípicas, muchas veces también signadas por la angustia y la pérdida, y un marcado incremento en las exigencias profesionales luego del vertiginoso avance en materia de comunicación y tecnología, nos encontramos ante un escenario de estrés global.
Previo a analizar las posibles consecuencias de este panorama, es necesaria una aclaración. Si bien el estrés tiene mala fama, no es otra cosa que un mecanismo natural del cuerpo. Mario Alonso Puig, médico y fellow en cirugía por Harvard University Medical School, ha llegado a afirmar que incluso puede ser una reacción positiva, ya que es un incentivo para salir de la zona de confort y ejercer un cambio.
No obstante, la persistencia de ese estímulo tiene consecuencias serias en los planos físicos, conductuales y emocionales. El Burnout es el estrés emocional crónico. Permanecer en un estado de alerta constante termina acarreando un pronunciado desgaste anímico y físico. Incluso profesionales que aman lo que hacen pueden llegar a encontrarse tan estresados que se ven desmotivados con su propia vocación.
Los síntomas de esta problemática suelen confundirse frecuentemente con los de una depresión, con la incapacidad para el disfrute, o con la falta de iniciativa y entusiasmo. En los ambientes laborales puede interpretarse que un colaborador desea abandonar la empresa, cuando en realidad está atravesando un cuadro de estrés prolongado.
Los programas de motivación para los equipos tampoco son necesariamente una solución en estos casos. Uno puede encontrarse altamente enfocado en su trabajo, pero no sentirse al 100% del uso de su propia capacidad, ya que se encuentra emocionalmente agotado.
Muchas compañías brindan beneficios y fuertes programas de fidelización y motivación. Sin embargo, una persona que lidia con el Burnout puede estar atravesando conflictos personales mucho más profundos. Las generaciones más jóvenes, como los Millenials tienden a tener mayor facilidad para tomar la decisión de abandonar su lugar de trabajo al encontrarse en circunstancias que no son de su agrado. Para evitar estos problemas, es necesaria una correcta gestión emocional y lograr un estado de equilibrio.
La exigencia es uno de los temas a cuestionar en este sentido. Hay un mito muy fomentado que sostiene que manifestar dolor o cansancio es un acto de debilidad. Lo cierto es que, si bien es importante tener las condiciones para rendir bien habitualmente, también se debe contar con la capacidad de admitir el desgaste. Esto va más allá de los ambientes laborales. Contamos con múltiples obligaciones y roles, por lo que debemos revisar cuántas veces dejamos que otro nos asista.
En general, la atención se pone sobre este tema cuando ya aparecieron las consecuencias más serias, como un conflicto físico. Lo más probable es que una persona que llegó a ese punto lleve mucho tiempo sin lograr alcanzar un buen rendimiento. La lupa debe ponerse sobre el plano conductual, donde suelen manifestarse trastornos en el apetito y el sueño, o períodos de hiperactividad o apatía.
La detección del estrés y el Burnout vienen a cambiar la historia del trabajo. Los discursos más antiguos sostenían que trabajar más horas nos hacía más productivos. Estos trastornos vienen a plantearnos la necesidad de replantearnos los métodos de trabajo y evaluar qué esquemas son mejores para preservar nuestro equilibrio emocional y físico. El primer paso, y el fundamental, es empezar a hablar de ello.